Desmotivación vital y reconocimiento social, las principales razones para practicarlo
El impacto medioambiental es uno de los problemas de este tipo de turismo
Ver el Titanic a 3.800 metros de profundidad, subir el Everest y el K2 durante unas vacaciones, hacer carreras al desierto o viajes en el espacio son algunos de los ejemplos de un turismo de lujo y extremo que ya no se limita a exploradores o atletas. Hace unos años solo se dedicaban a esto aquellos que entrenaban diariamente; hoy estas actividades se están popularizando para ciertos públicos.
«El turismo extremo de lujo tiene sacados de excentricidad y de exhibicionismo. Surgió como resultado de la democratización del turismo, el ascenso del turismo de bajo coste (low cost) y la masificación turística, que empujó al hecho que este turismo excéntrico tome relevancia para personas con un alto poder adquisitivo que quieren vivir unas experiencias de que solo unos cuántos en el mundo podrán disfrutar», explica Pablo Díaz, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), experto en turismo.
«El interés por este tipo de actividades o prácticas de turismo extremo viene por la exclusividad y lo excitando de las mismas, son excéntricas y, en muchos casos, hacen subir la adrenalina y se enmarcan en un ambiente de personas con un altísimo poder económico que prácticamente compiten entre ellos, como Jeff Bezos u otros multimillonarios», afirma Díaz.
Para la profesora colaboradora de los Estudios de Psicología de la UOC, Mireia Cabero, hay razones internas y externas que llevan alguien a probar una práctica extrema sin bagaje técnico. «Aburrimiento o desmotivación vital que se compensa con experiencias emocionales extremas, necesidad de superación personal y anestesia emocional serían las motivaciones internas. La necesidad de reconocimiento social, voluntad de demostrar (poder, atrevimiento, que se vive una vida interesante, etc.), de destacar (sobresalir ya sea por la experiencia extrema que ha podido vivir, por el atrevimiento, o por los medios económicos que se tiene)”, señala la experta.
El turismo de ricos, más allá del golf y los spas
En su momento, lo fueron los safaris o los destinos más exóticos. Una vez democratizadas estos destinos, ahora lo son los viajes extremos de lujo.
«Son prácticas poco accesibles para la población general, basadas en actividades extremas. Por ejemplo, ir a lugares remotos como el polo sur, hacer grandes cumbres en poco tiempo, ser abandonados en islas remotas o a la selva para tener prácticas de supervivencia extrema o viajes espaciales», detalla Díaz. Este negocio movía cifras próximas a los 4.000 millones en 2013, según Forbes.
Hoy, alrededor del 90% de los montañosos que abordan la ascensión del Everest son clientes de expediciones guiadas, muchos de ellos sin una mínima competencia alpinística, según National Geographic. El precio para ascender en el Everest varía entre los 45.000 y los 200.000 dólares, según los servicios que se quieran; hay quién tiene calefacción, helicóptero o cocinero. Pasa el mismo en la Antártida. El 1996 el número de turistas rondaba los 7.000; el 2020 la cifra llegó a los 74.000. Se calcula que el 2023 puede llegar a los 100.000, según la International Association of Antarctica Tour operatores (IAATO).
Un problema medioambientalmente caro
Este turismo también es un problema medioambiental en según qué destinos de difícil acceso. Sorprenden las imágenes de largas colas de escaladores que quieren ascender a la cumbre del Everest durante horas o que esperan en las diferentes bases, con la pertinente huella ecológica, residuos, basura, etc., que supone su estancia en un lugar no adaptado.
«Hay ciertas prácticas de turismo extremo que se han masificado (como la subida en el Everest) que no tienen en consideración los efectos colaterales de su actividad, los efectos nocivos o las externalidades que tienen estas prácticas, puesto que generan situaciones de insostenibilidad que en un futuro llevarán consecuencias, y veremos como se gestionan», advierte Díaz.
Un estudio publicado por la revista Nature afirmaba que cada persona que visita la Antártida causa la desaparición de 83 toneladas métricas de nieve por las emisiones del transporte que ha usado para llegar (la mayoría en barco). Díaz también considera que “las experiencias en islas desiertas de difícil acceso, o a la selva –donde algunos altos ejecutivos los gusta experimentar retos de supervivencia– el impacto también es considerable puesto que estos espacios dejan de ser vírgenes y empiezan a abrirse a su explotación».
SpaceX se plantea enviar el multimillonario japonés y magnate de la moda YusakuMaezawa a la primera órbita lunar privada de la historia, y otras empresas, como Virgin Galactic, ofrecen asientos por 450.000 dólares para vivir un vuelo suborbital en microgravedad de 90 minutos. Parece que el turismo extremo de lujo no tiene límites.
«Hay un mercado creciente para estos turistas extremos y que buscan experiencias únicas, dirigido a multimillonarios. Pero, después del que ha pasado con el Titan y con otras experiencias, el que vuelan es seguridad y el que se está aumentando es esto, que la práctica sea extrema, pero la seguridad sea alta para que, en caso de que este extremo se vea sobrepasado y haya peligro para el cliente, la posibilidad de rescate sea real», concluye Díaz.
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